El culto mariano en México
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"[...] cada flor brotada en aquel monte, estaba diciendo, María y todas juntas la bondad de la tierra: leche como en madre, miel como en piadosa, que todo lo hay en María y para que viendo señas tan prodigiosas se aficionasen todos, y deseasen ya la habitación de María en la tierra de Guadalupe".
Miguel Sánchez
¿De Tonantzin a la Virgen María? Aunque no sea errónea, por su misma concisión esta fórmula es reduccionista; no da suficiente crédito a toda la labor de evangelización y aculturación llevada a cabo por la Iglesia - primero por los franciscanos, y posteriormente por los jesuitas. A este respecto cabe señalar que estas dos órdenes religiosas fueron fervientes partidarias de la Inmaculada Concepción de la Virgen. Por otra parte, esta fórmula pasa por alto el gran ímpetu mariano que se apoderó del Occidente desde los siglos XI-XII, y en el cual participó la España de la Reconquista.
Dentro de este contexto, ¿debe atribuirse un sitio aparte a N.S. de Guadalupe? Cierto es que deben tomarse en cuenta todas las ambigüedades de sus orígenes, ligadas al Tepeyac y a sus cultos anteriores; sin embargo, hasta mediados del siglo XVII (e incluso hasta los años alrededor de 1737), nada distingue básicamente a esta imagen de las demás (N.S. de los Remedios, en particular). El auge del movimiento inmaculista, originado en Sevilla hacia 1615, invadiría América en los años siguientes; en esa ocasión, N.S. de Copacabana, de San Juan de los Lagos, e incluso de Talpa, se revelarían con toda claridad. El primer éxito de N.S. de Guadalupe - que es también una inmaculada - se relaciona con la publicación, en 1648, del libro de Miguel Sánchez, Imagen de la Virgen María madre de Dios de Guadalupe. Seguirían otras obras, que amplificarían aún más su renombre.
Aun con sus raíces indígenas, este culto mariano se integró muy pronto al molde hispánico, viéndose desviado progresivamente, en los siglos XVII y XVIII, en beneficio de grupos criollos que estaban construyendo su identidad: N.S. de Yzamal para los de Mérida, N.S. de Zapopan para los tapatíos, N.S. de San Juan para todos los neogallegos, y sobre todo N.S. de Guadalupe para la Ciudad de México, y posteriormente para todo el país. En el Occidente de México, esta última puede incluso encontrarse en pie de igualdad con la Virgen de San Juan.
Sin embargo, la Virgen no se halla solamente en el centro de una construcción de identidad; paralelamente, da forma a la religión sensible, carnal, en la cual está inmerso todo un universo. Extiende su manto protector contra las peores calamidades, como el matlazáhuatl de 1737.
De ahí que el culto mariano resistiera vigorosamente la hostilidad de la Iglesia ilustrada del siglo XVIII, que advertía en él numerosos vestigios de supersticiones. La victoria de la Independencia en 1821 sería también, en definitiva, la de una Virgen sobre otra, la de N.S. de Guadalupe sobre la de los Remedios. Sin embargo, derrota no significa desaparición, y se produciría un simple reordenamiento de los papeles. N. S. de Guadalupe afirmaría sus virtudes nacionales – e incluso reivindicatorias, con Hidalgo y, posteriormente, con Zapata y sus campesinos -, mientras que N.S. de los Remedios se limitaría a un papel más tradicional, concretándose a realizar milagros y a hacer acopio de exvotos. Yzamal, Ocotlán, San Juan de los Lagos vieron evolucionar su influencia de acuerdo con las pulsiones de la historia regional a la cual pertenecían. Hoy día, los flujos migratorios han ampliado la irradiación de estos santuarios (sobre todo para el de San Juan) hasta "del otro lado".
Detrás de todo gesto votivo, por más individual que éste sea, existe un pasado complejo, que el fiel apenas adivina. Sin embargo, se adhiere fuertemente a este pasado, quizá por tradición, pero indudablemente porque esto constituye para él la manera de situarse en una historia, en un espacio.