Simbología y códigos en el exvoto
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Una historia universal
"La pintura moderna conserva su tradición en los cuadros de iglesia; San Juan va vestido de verde, así como Cristo y la Virgen de rojo y azul, y Dios de blanco. El simbolismo, esa antigua ciencia, se convierte en arte y ya no es en nuestros días [1839] más que cuestión de oficio"
Federico de Portal
Los milagreros y sus fieles son depositarios de una cultura multisecular - popular o erudita, poco importa; más aún, permanecen dentro de un universo en el cual lo escrito es con frecuencia torpe, e incluso deficiente, y la imagen dominante. En tales condiciones, no es de sorprender que manejen todo un sistema de codificaciones, cuya riqueza puede causarnos asombro. Paradójicamente, vivimos rodeados de imágenes, pero éstas son anárquicas y desestructuradas, legibles en un primer grado únicamente.
El exvoto llamado, "silencioso", es uno de los más misteriosos y desconcertantes, debido ante todo al diálogo secreto que parece entablarse entre la donadora y la imagen, a la vez lejana y presente: una larga diagonal cruza la pintura, une a los dos personajes. A su manera, posibilita ya una lectura. Sin embargo, el sistema de codificación es aún más profundo, parece haber asimilado las enseñanzas de Alciato, el gran maestro de la emblemática del siglo XVI, del cual nuestro milagrero no posee, por supuesto, conocimiento alguno. El agua, las lejanas montañas y el cielo, de tonalidades azules, son el ámbito reservado a la Virgen. En cuanto a la colina coronada por un árbol (¿conífera?), ésta retoma algunos de los atributos de la Virgen - mejor dicho: de la Inmaculada, categoría a la cual pertenece N.S. de San Juan.
Claro está, buena parte de esta cultura es de origen clerical, retoma la iconografía tradicional (incluidos los colores rojo y azul) de la imagen sagrada. De ahí todos los elementos simbólicos que la separan de la contaminación (nubes, pedestal, altar, camarín)... De ahí la protección simbólica que extiende a sus fieles, a través de sus colores predilectos: puede tratarse de un simple cinturón rojo, de una cobija o un sarape del mismo color. El azul puede cumplir la misma función, sin olvidar las combinaciones entre ambos colores. El rojo, en forma de drapeado (en una mesa, en un dosel), acompaña la mayor parte de los cuadros reales; no es de sorprender, pues, que sostenga también la majestad de la Reina de los Cielos.
Sin embargo, esta cultura - tal como se expresa a través de los exvotos - puede construir también, a partir de sus presupuestos sociales, sus códigos originales. Si se acepta que la línea de separación más fuerte es la que separa a los sexos, es de esperar que exista un sistema de convenciones para encerrar esta diferencia; este papel incumbe al tocado: cabeza descubierta para el hombre, cabeza cubierta para la mujer ante la imagen, sombrero para el uno, rebozo para la otra. Durante la mayor parte del período, ambos signos se encuentran presentes. Incluso cuando el hombre está ausente, su sombrero está allí, para recordarlo.
¿Dónde se encuentra la frontera entre el código y la estilización? Esta frontera es tenue: ¿a qué universo pertenecen los frascos (de medicinas) que acompañan a ciertos exvotos dedicados a la enfermedad, los magueyes y nopales que confieren a los paisajes su tonalidad mexicana? Poco importa. Exhibido en las paredes del santuario, este lenguaje de signos convencionales y, al mismo tiempo, constantemente renovado, ingeniosamente adaptado, es inteligible para todos. Por tal motivo no compartimos el pesimismo del aristocrático barón Portal: estas convenciones -si es que así las queremos llamar- transmiten un mensaje, un diálogo, y no constituyen una lengua muerta.